¿TE PUEDO BENDECIR?

 ¿Tenemos derecho de bendecir a otros a nuestro derredor? ¿Cuáles son las condiciones, y cuáles las limitantes?

Santiago, en su Epístola critica el mal uso de la lengua, cuando dice: “Con ella bendecimos al Dios y Padre, y con ellas maldecimos a los hombres, que están hechos a la semejanza de Dios” (Stg. 3:9). Entonces amonesta: “Hermanos míos, esto no debe ser así ¿Acaso alguna fuente hecha por una misma abertura agua dulce y amarga?” (vv. 10, 11). Es evidente que el sagrado escritor está hablando de bendecir, en el sentido de pronunciar palabras de bien hacia los demás. El hablar maldiciendo a nuestros semejantes es hacer que brote agua amarga de nuestra boca, que pudiera entrar en el corazón de ellos. El hablar para bendecir es agua que endulza la vida de las personas a quienes les deseamos ese bien.

En el Antiguo Testamento, proclamar bendiciones sobre otros era una práctica con la cual los santos estaban relacionados:

  •         “… Isaac bendijo a Jacob y a Esaú respecto a cosas venideras” (He. 11:20).
  •        “… Jacob al morir, bendijo a cada uno de los hijos de José… ” (10:21).  En ambos casos, la pronunciación de la bendición, no era mera ocurrencia de la mente; venia de un corazón inflamado de fe.
  •        Esta era la encomienda para Aarón y sus hijos: “Así bendecirás a los hijos de Israel, diciéndoles: Jehová te bendiga y te guarde, Jehová haga resplandecer su rostro sobre ti, y tenga de ti misericordia, Jehová alce sobre ti su rostro y ponga en ti paz” (Nm. 6:23-26).
  •        Moisés pronunció una preciosa bendición sobre los hijos de Israel: “! Jehová Dios de vuestros padres os haga mil veces más de lo que ahora sois, y os bendiga, como os ha prometido!” (Dt. 1:11).
  En el Nuevo Testamento,

– Cristo dijo: “Bendecid a los que os maldicen… ”  (Mt. 5:44).
– La Palabra recomienda: “Bendecid a los que os persiguen; bendecid, y no maldigáis” (Ro. 12:14). Nuestro Señor, “… cuando le maldecían, no respondía con maldición… ” (1 P. 2:23).
– Cristo enseñó a sus discípulos a bendecir las casas donde ellos fueran recibidos cuando iban anunciando el Evangelio. Al entrar debían pronunciar estas palabras: “Paz sea a esta casa”. Y les dijo: “… si hubiese allí algún hijo de paz, vuestra paz reposará sobre él, y si no, se volverá a vosotros” (Ver Lc. 10:5-6). La bendición pronunciada funciona sobre la persona a quien se le habla, si esta última está dispuesta a recibirla. (Mt. 7:6).

Ahora, nosotros no somos la fuente de las bendiciones. “Toda buena dádiva y todo don perfecto, desciende de lo alto, del Padre de las luces… ” (Stg. 1:17). El Salmista oró así: “… sobre tu pueblo sea tu bendición” (Sal. 3:8). La bendición de Jehová, es la que enriquece y no añade tristeza con ella” (Prov. 10:22). Sin embargo, nosotros los hijos de Dios somos un canal a través del cual el Señor puede hacer llegar sus bendiciones a los amados.

Este es el punto de equilibrio: Debemos evitar el abuso tan popular que algunos hacen del termino “bendecir”, al decirle corrientemente a otro, “Yo te bendigo”. Cuando los antiguos bendecían, siempre apuntaban a Dios como la fuente. Así bendijo Isaac a Jacob: “Dios, pues, te dé del rocío del cielo” (Gn. 27:28). Debemos  pronunciar las bendiciones divinas plasmadas en la Palabra, y al hacerlo, estamos siendo canales de Dios, quien es en efecto, el bendecidor.

Digamos a los domésticos de la fe, y a nuestra descendencia, bendiciones como estas:

Que te bendiga Jehová tu Dios en toda obra de tus manos  (Dt. 23:20).
Que seas bendito en la ciudad, y bendito en el campo (Dt. 28:3).
  •  Que seas bendito en tu entrar, y bendito en tu salir (Dt. 28:6).
  •  Que el bien y la misericordia te sigan todos los días de tu vida… ” (Sal. 23:6).
  •  Te deseo que “… seas prosperado en todas las cosas, y que tengas salud, así como prospera tu alma” (3 Jn. 1:2).
  •  Que el Señor aumente bendición sobre vosotros y sobre vuestros hijos (Sal. 115:14). (Los niños inocentes, son alcanzados por las bendiciones divinas que se dan a sus progenitores y a ellos mismos).
  •  Que la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo sea con todos vosotros” (2 Co.13:14).

Con amor sincero te deseo que  “desde Sion te bendiga Jehová, el cual ha hecho los cielos y la tierra” (Sal. 134:3).

Pst. Eliseo Rodríguez.

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